martes, 24 de febrero de 2009

Huelva, Naturaleza por descubrir

Huelva ha sido el lugar de encuentro de distintas culturas, creando un biotopo de vidas evolucionadas de forma independiente y única. Será la cultura del monte y como no la propía interacción orográfica, la que marque la evolución que afecta tanto a su flora como a su fauna, compartiendo las características más comunes y apreciadas a escala nacional en la que prima elementos propios del dominio mediterráneo, como son encinas, acebuches, alcornoques, algarrobos, junto a otros del dominio atlántico que encontramos en nuestra provincia y que son más propios de latitudes elevadas como el rebollo, madroño y aún otros de caracter norteafricanos que tienen en nuestra tierra sus poblaciones más septentrionales, muchas de estas especies se localizan como endémismos o las propias zonas, mirándola con ojos abiertos al conocimiento y con un poco de interés por conocer, podremos verlas como los últimos relictos que atestiguan un pasado diferente del que se nos marca hoy.

Es Huelva una provincia variadísima en lo que a ecosistemas se refiere. Quedando diferenciada a grandes rasgos por diferentes zonas geográficas en Litoral, Condado, Andévalo y Sierra. Encontrándose zona de montaña atlántica en la Sierra donde el Castaño (Castanea sativa) o el rebollo (Quercus pyrenaica) junto con otros quercus como el quejigo (Q. faginea), el roble andalúz (Q. canariensis) o la robledilla (Q. lusitanica), nos dan un complejo florístico característico del Bosque Marcescente del Norte Peninsular. Adentrándonos en el Andévalo podemos encontrar grandes dehesas de encina (Q. ilex subsp. ballota) y alcornoque (Q. suber), en que la coscoja (Q. coccifera), junto con aulhagas, tomillos, romero o palmito, clara muestra del carácter mediterráneo y antrópico que la dehesa ha ido transformando en un caracter individual y atípico del monte genuínamente Ibérico. También cabe destacar además en las zonas adhesadas del andévalo, la cultura minera que a través de sus procesos para la obtención de minerales a lo largo miles de años ha ido transformando la orografía, brindadonos con paisajes poco comunes y característicos e inigualables en dicha zona y ofreciéndonos nuevas especies que ha evolucionado y que poseen un caracter endémico como es el caso del Brezo del Andévalo (Erica andevalensis), tan adaptado a los suelos y aguas ácidas. Luego está la campiña que es rica en Olivos (Olea europaea), Sauces (Salix sp. ), Viñedos y numerosa vegetación agrícola. Y por último, la Costa con poblaciones de Enebros (Juniperus oxycedrus subsp. macrocarpa), Sabinas Marítimas (Juniperus phoenicea subsp. turbinata), Retamas Blancas (Retama monosperma) y pinares de pino piñonero (Pinus pinea).

Refuerza el carácter de encrucijada en Huelva las grandes migraciones que dos veces al año realizan cientos de miles de aves a través de una estrecha zona del litoral; bien sean las poblaciones del norte y centro de Europa que viajan hacia el sur a sus cuarteles africanos para pasar el invierno; bien las poblaciones africanas que llegado el verano se desplazan a sus zonas de cría en el centro y norte de Europa. Siendo Doñana, las Marismas del Odiel y del Tinto, las de Isla Cristina y Ayamonte, así como casi toda la provincia sumideros donde las aves se recuperan después de tan largo viaje.

Pero, si sorprendente la diversidad en el medio terrestre con sus grandes migraciones, el mar no se le queda por detrás; basta señalar las migraciones de túnidos hacia el interior del mediterráneo y su posterior vuelta al atlántico una vez efectuada la puesta.

Las áreas litorales son especialmente ricas en vida y muy en concreto se pueden observar delfines como el delfín mular (Tursiops truncatus), delfín común ( Delphinus delphis) o delfín listado ( Stenella coeruleoalba); orcas (Orcinus orca) u otros cetáceos como la yubarta (Megaptera novaeangliae), el rocual común (Balaenoptera physalus) o el cachalote (Physeter macrocephalus) y tortugas como la boba (Caretta caretta), tórtuga verde (Chelonia mydas) o focas como la foca de cascos (Cystophora cristata).

La riqueza y diversidad de las formas de vida que se desarrollan sobre el suelo y el mar Onubense tienen, pues, un valor incalculable.

Y no sólo debe hablarse del valor utilitario inmediato de una u otra especie o darsele más valor a una especie que a otra, pues es el conjunto de ellas la que conforma la trama de la vida. Trama en la que cada elemento es a su vez imprescindible e insustituible. Desde plantas y animales domesticados hace milenios, hasta organismos más pequeños y aparentemente alejados en la escala evolutiva del hombre, los cuales en su desarrollo hasta el día de hoy no han tenido mucho valor para estos. O el hombre no conocía el verdadero valor que les aportaba. Y es que el hombre protege o ha protegido aquel animal o planta del que siempre ha sacado algo de interés, sin aportar este nada a la especie, por lo que se le podría denominar en términos biológicos como un parásito.

De todo esto me gustaría recalcar el interés de no centrar todos los esfuerzos de protección sobre unas especies determinadas (normalmente los grandes vertebrados) sino, al mismo tiempo, vigilar todos los procesos actuales que tienden a empobrecer el patrimonio natural heredado y por lo general valorar más un hábitat en su conjunto que a un sólo individuo.

El matemático francés Jules Henri Poincaré (1854-1912) dijo:

“El científico no estudia la naturaleza porque es útil, sino porque le cautiva, y le cautiva porque es bella. Si la naturaleza no fuera hermosa, no valdría la pena conocerla, y si no valiera la pena conocerla, tampoco valdría la pena vivir. Por supuesto, no me refiero aquí a la belleza que estimula los sentidos, la de las cualidades y las apariencias; no es que la desdeñe, en absoluto, sino que ésta nada tiene que hacer con la ciencia. Me refiero a la belleza más profunda, la que procede del orden armonioso de las partes y que puede captar una inteligencia pura”.

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